En esta entrada y la próxima vamos a hablar de un director de cine realmente comprometido con el cuidado de la imagen; Andrei Tarkovsky
Considerado por muchos como uno de los grandes maestros de la historia de la cinematografía y considerado por otros un pedante lento y experimental, para mí es un genio y aunque me haya costado en ocasiones digerir sus películas siempre he quedado tocada tras su contemplación.
Son tantos los aspectos artísticos y técnicos que se pueden resaltar en sus películas (especialmente su concienzudo empleo del tiempo, alrededor del cual articula el creador su concepción del cine) que un año de entradas en este blog quedaría escaso. Así que vamos a lo que nos concierne más, que es su uso de la foto.
Y es que Tarkovsky se rodeó de buenísimos profesionales de la dirección fotográfica como Vadim Yusov, Georgy Rerberg, Alexander Kniazhinski o Sven Nykvist (operador de fotografía habitual de Bergman). Repasando cinco de las películas realizadas por Andrei Tarkovsky: “La Infancia de Iván” 1962, “Andrei Rublev” 1966, “Solaris” 1972, “El espejo” 1975 y “Stalker” 1979 comprobaremos como nunca dejó la imagen al descuido y como la luz para él era un elemento fílmico tan importante como el guión o la dirección de actores, a través de la cual el director ruso daba luz a sus tremendas imágenes, tan vívidas como oníricas, siempre cargadas de una sensorialidad y profundidad humana que conmueve.
La fotografía en “La Infancia de Iván”
Primera película del director ruso tras finalizar sus estudios. Fue el director de fotografía Vadim Yusov quien propuso al director tras ser despedido como director de la misma Eduard Abalov.
“La infancia de Iván” es una película que nos habla sobre la infancia de un niño destrozada por la guerra. Tarkovski ya experimenta en ella con sus acostumbradas tomas muy largas de ritmo muy pausado. La iluminación es prácticamente expresionista, con marcados claroscuros de potente dramatismo en los que la luz parece abrirse siempre encontrar un resquicio por el que abrirse camino en un mundo dominado por la oscuridad.
El director establece por medio de este contundente lenguaje visual una diferenciación clara entre el mundo interno del niño (transmitido de forma poética como “lo más real”) y el mundo externo (imbuido por el engaño de la percepción). Es una dualidad con la que Tarkovski trabajará en toda su filmografía.
El tiempo de cada toma es un fiel reflejo del estado anímico del personaje. El magistral uso de la herramienta temporal consigue la identificación del espectador con el personaje. Las perspectivas de gran angulosidad y el uso de frecuentes contrapicados colaboran en resaltar el intenso flujo emocional interno del protagonista. Las localizaciones del film ya indican cuales serán dos de los elementos permanentes en el cine de Tarkovski; el agua y el bosque; ambos símbolos de la naturaleza tan salvaje como armoniosa del alma humana.
La fotografía en «Andrei Rublev»:
La película está basada en la vida de Andrei Rublev, pintor iconógrafo ruso del Siglo XV y está ambientada en la Rusia de aquellos tiempos. Andrei Rublev ha recibido una comisión para pintar el interior de la catedral de Vladimir, se va del monasterio de Andronnikov acompañado por un grupo de monjes y de ayudantes y a lo largo de su travesía presencia los ultrajes a los están sometidos sus compatriotas rusos, los saqueos, la opresión de los tiranos y de los Mongoles, las torturas, las violaciones y la plaga. La película gira en torno a cuestiones relacionadas con el arte, la fe cristiana y el abuso de poder, cuestiones todas completamente ligadas a la idiosincrasia del pueblo ruso y su historia.
Dicen que en esta película Tarkovsky llevó sus postulados artísticos personales a la gran pantalla. Sin embargo el pictorialismo presente en las imágenes del director no tiene similitud con el del protagonista. Si podemos decir que con esta película el director ruso realiza un intenso reflejo de las dificultades impuestas al artista por parte del inflexible y conservador régimen ruso; dificultades traducidas en censura de las que el propio Tarkovsky fue víctima a raíz de esta película.
Toda la historia se narra en ocho bloques diferenciados como capítulos emulando un retablo medieval y acercando así al espectador a la identificación temporal con la época. Toda la cinta está rodada en blanco y negro expresando la austeridad que envuelve la vida del pintor excepto el final ya que el film termina con un montaje de los iconos pintados por el auténtico Rublev a color (en los que se constatan las amplias diferencias estéticas entre el estilo del pintor y el del realizador de la película). El director de fotografía Vadim Yusov hace uso de un pronunciado contraste en las imágenes, que a su vez se hayan cargadas de los simbolismos recurrentes en todo el cine de Tarkovsky. Aunque el contraste lumínico en el blanco y negro está presente en toda la película, la ambientación lumínica tiene un carácter impresionista frente al expresionismo de su predecesora fílmica “La Infancia de Iván”. Tarkovsky busca en todo momento acercar al espectador a la historia y para ello la técnica fotográfica de Yusov se decanta por aprovechar la suave luz de los cielos rusos y prescindir en casi todas las tomas localizadas en exteriores de iluminación artificial. Consigue así un efecto documental que, ayudado por el gran trabajo de vestuario y localización, hace entrar al espectador de lleno en aquella lejana historia.
En los interiores Yusov realza la sensación de luz natural que entra a través de ventanales escondiendo de manera asombrosa las fuentes de luz artificial y causando una impresión muchas veces similar a la de los cuadros del pintor barroco Johannes Vermeer.
Y hasta aquí hemos llegado. En quince días viajaremos por tres películas más del mestre Tarkovsky.
Desde un refugio cercano a Mistos.
Candela Zarútina