Siempre me ha fascinado la capacidad de los grandes fotógrafos para encontrar el encuadre perfecto para contar «su» historia. ¿Qué pasaría si te mueves un centímetro a un lado, o a otro? ¿Cómo influye en la foto?
El encuadre es la primera decisión a la que se enfrenta cualquiera que coge una cámara. Es dónde se fragua el diseño de la foto, es decir, qué se va a ver en la foto, qué incluir y que excluir. Para un fotógrafo, es una decisión clave por varias razones, ya que no podemos incluirlo todo debido al formato intrínseco de las cámaras, aunque a veces sea la intención. Es una decisión con la que delimitamos el mundo. Siempre me viene a la mente la típica foto de vacaciones de alguien en primer término y de fondo la torre Eiffel, por ejemplo. Al final, no estás fotografiando ni lo uno ni lo otro.
El encuadre es como el escenario de la imagen. Si tomamos la fotografía como un teatro, el encuadre sería la escenografía, el lugar dónde ocurre la acción. En las fotos de Cartier-Bresson, por ejemplo, nada es casual. Todo en la escena tiene un sentido estético y está a su vez delimitado por los cuatro muros que constituyen el marco fotográfico. Todo en la escena establece relaciones entre líneas y formas, propicia relaciones visuales y también de contenido.
El encuadre, y la fotografía por extensión, es una descontextualización. El simple acto de encuadrar implica extraer. Es una cita «visual» fuera de contexto. Al contrario que el pintor, el fotógrafo parte de un lienzo hipersaturado, y su «pincel» es su posición. Aunque hay ocasiones en que la pintura exhibe características típicamente «fotográficas». Observad sino los cortes en los extremos de los cuadros de Toyokuni III o de Edgar Degas. Parece que la pintura también tuvo influencias de la fotografía…
Vamos, que el fotógrafo, cuando encuadra, imprime cierto orden en el caos fluctuante que llamamos realidad. Más que componer una imagen, pareciera que el fotógrafo resuelve un enigma.