“Sí, es ahí que reside el inenarrable encanto de la tristeza de los recuerdos: todas esas tierras hoy muertas vivirán un día” (Ernest Feydeau)
Quizás tuvo que esperar la ruina hasta entrado el Barroco para dejar de ser un mero fondo extático y estético. Y no es que anteriormente la ruina como tal estuviera mal considerada. Al contrario, se le otorgaba un carácter sagrado y su cualidad simbólica era la inmutabilidad de la piedra, su perduración sobre la brevedad de lo vivo.
Y puede que fuera el grabador veneciano Giovan Battista Piranesi (1720- 1778) quien la reedescubrió, con su serie de grabados arquitectónicos sobre la arquitectura romana. En ellos la ruina se escapa al control del hombre y hasta se apodera de su medio.
El hombre no puede abarcar el proceso de sus mutaciones, siempre lento pero imparable, acelerado súbitamente en ocasiones. Aunque amenazante, la ruina se representa bella. En su serie de las Carceri o “Cárceles imaginarias” sus amplios conocimientos de arquitectura permiten a Piranesi habitar ruinas de cárceles inventadas por su mente con seres imaginarios.
Sus cárceles parecen escenarios colosales arquitectónicamente precisos y a la vez imposibles. Las construcciones que representa son decadentes pero semejan estar dotadas de maquinaria en funcionamiento, lista para torturar a sus inventados prisioneros.
Desde que la ruina se hizo visible, se comenzó a percibir como una aliada del tiempo en su expresión, frágil, en interacción continua con los elementos que la habitan, mutando con ellos. La ruina como metáfora de la “realidad inacabada”, en la que la ausencia de la figura humana nos remite a una idea apocalíptica. Hoy en día, el fotógrafo contemporáneo busca la belleza en esa idea. No se trata de recoger la ruina solo como documento, como testigo del hecho. La forma en que la ruina habita el lugar camina a través y por encima de las diferentes latitudes emocionales que se vivieron en él. De entre algunos de los fotógrafos más conocidos (y que seguiremos explorando en la segunda parte del blog) que han que trabajado las ruinas destacan Yves Marchand y Romain Meffre, abriendo un camino que está en marcha de convertirse en una corriente fotográfica.
Cuentan en su trabajo, entre otras, con la serie “Ruins of Detroit”; espejo de la presente convivencia de las ruinas en la ciudad de Detroit o con la serie de impactantes fotografías sobre las ruinas de la japonesa isla deshabitada de Gunkanjima o internacionalmente conocida como la Isla Hashima, que fue comprada por Mitsubishi para su explotación carbonífera y habitada por los mineros y sus familias entre los años 1890 y 1974. Ruinas de edificios que de vacías se vuelven inmensas, naturaleza trepando entre ellas, absorbiéndolas. Yves Marchand y Romain Meffre nos transportan a lugares desmantelados y abandonados como resultado de crisis económicas de diverso tipo .
Y con estas imágnes yo por ahora me transporto a mi vida de nuevo. Volveré para finales de semana con la ruina a cuestas.
Candela Zarútina